En pié cada día
Le debo tanto a las mujeres, que a veces pienso que antes de poner los pies en el suelo cada mañana, debería rezar una especie de oración para darles las gracias a todas y cada una de ellas. No es amor de género, es un reconocimiento justo a aquellas que nos han parido, nos han criado, las que con sus arrugas y blanco pelo suplían con éxito espectacular la ausencia de nuestros padres en las horas de trabajo fuera de casa; a todas las que ahora acompañan a nuestros hijos cuando nosotras estamos fuera, incorporadas a un mercado laboral o a otras responsabilidades, con horarios imposibles para conciliar; a las que han cuidado y cuidan a nuestros mayores y a las personas con distintas discapacidades; a las que con su experiencia y sabiduría nos hacen pensar y reflexionar sobre la vida y nos dan sus recetas para combatir esta y otras crisis; a las mujeres que durante los peores años de nuestra historia, fueron heroínas en silencio y también a las que alzaron la voz reclamando igualdad, en un tiempo en el que a la mujer se le otorgaba siempre el guión de un papel secundario y pasivo, casi invisible.
También a todas las que a diario, desde los distintos ámbitos sindicales, sociales e institucionales, trabajan recopilando, investigando, analizando y tratando la realidad socio-laboral de las mujeres, cuyos resultados vemos estos días reflejados en los medios.
En plena adolescencia, tengo que admitir un momento de debilidad de mi condición femenina, harta de comprobar como el futuro que se abría ante mis ojos, era muy amplio con los varones, mientras que las mujeres intentábamos colarnos por los huecos abiertos que ellos dejaban.
Con el paso de los años, y a medida que conozco el papel y la función que hemos desempeñado y desempeñamos en la vida, me enorgullezco cada vez más de ser mujer a pesar de los atrancos y me doy cuenta de que no valen las lamentaciones, el desánimo o el victimismo; lo único que sirve es el trabajo diario y nuestra contribución a allanar el camino a quienes vienen detrás, con la esperanza de que todo resulte mucho más fácil para todos en un futuro.
Un reto de futuro sería lograr el equilibrio personal y laboral de hombres y mujeres, porque no es de recibo que salgamos de casa cuando nuestros hijos aún no han despertado, ni volver cuando ya casi están dormidos. Algunos piensan que alcanzar ese equilibrio es una utopía, pero como ya dije en alguna ocasión, las utopías son el motor que favorece los cambios en el mundo.
Beatriz Vázquez Monroy