La primera pregunta que se me ocurre desde hace muchos meses es esa ¿Queremos trabajar? Pero a mi cabeza llegan otras muchas ¿Necesitamos un trabajo? ¿Tenemos aspiraciones laborales, profesionales? ¿Sentimos alguna vocación?
Las respuestas las dejo para los lectores de este artículo. Yo las tengo claras, cada vez más. Para opositar sobra gente. Para trabajar como cocinero/a, como camarero/a, como recepcionista, como dependienta/e, como electricista, como fontanero, como limpiador/a, como cuidador/a de mayores… la cosa cambia y se complica mucho. Igual las políticas de empleo de los últimos años no pensaron mucho en el trabajador. Habrá quien crea que tampoco en el empresario. Todo depende de según como se mire, dice una conocida canción.
Pero más allá de todo eso, de los derechos y las obligaciones de unos y otros, de la duración de las jornadas laborales, de los salarios… hay un problema de fondo que es la educación, la cultura y los valores transmitidos a esta sociedad desde hace mucho tiempo. La máxima por la que se rigen cada vez más personas está clara: la ley del mínimo esfuerzo. Si con eso ya tenemos suficiente ¿Para qué vamos a trabajar? ¿Para qué vamos a dar lo mejor de nosotros? ¿Para qué vamos a esforzarnos por mejorar y por ser perfectos o rozar la perfección en nuestro trabajo?
Todos los días oímos hablar del paro en este país, pero vemos que los puestos de trabajo que se demandan no se cubren. Para muestra un botón, esta pasada Semana Santa en A Mariña, fueron muchos los negocios hosteleros, sobre todo, que no consiguieron trabajadoras y trabajadores y ahora mismo siguen buscando para el verano. Hay colectivos que organizan cursos con la inserción laboral asegurada y tienen problemas para cubrir todas las plazas. ¿Qué está pasando? ¿De qué vamos? Ahí lo dejo para la reflexión.
Carmen Cruzado (periodista)