La gama de colores depende cómo, dónde y momento en que nuestros ojos vislumbran el mundo. La Galicia Cantábrica produce una mistura entre las luces naturales y su impacto sobre la naturaleza. Son el motivo, razón y causa que nos permiten afirmar existe la magia como primer atributo de esta costa Mindoniense.
El encantamiento tiene una cita cada agosto, sea cual toque el tamaño de la luna que hará mayores a las mareas sobre nuestras infinitas playas o la inmensidad del horizonte marino. Pero a la noche. Cuando se ha retirado a sus aposentos el sol, hay un sábado y un lugar dónde se produce el fenómeno tan gallego, casi como ese cuento ante el animal fuego en una lareira.
Así me explico lo que sucede desde hace más de cuatro décadas en ese valle de Cervo. Pero conviene poner en cuestión “científica” el asunto. Una queimada es ciencia y arte. Requiere conocer el secreto del aguardiente que gota a gota sale del alambique. Requiere saber manejarlo mientras el conjuro persigue meigas y trasgos, para que vuelvan a sus aposentos en los infiernos, para que los enamorados conjuguen la seducción entre las llamas que serán bálsamo en las tazas, contra los virus, bacterias, tristezas y congojas. El secreto está en creer, tener fe y esperanza, practicar la alegría agosteña, vivir la fiesta como si el mañana no tuviera lugar. Hacer que la noche sea eterna. Y como en la canción, que nos coja ligeros de ropa, piel con piel, amándonos por siempre jamás.
Ese valle de Cervo. Por el que discurre el Xunco o Rúa. Entre muiños. Desde Rúa, pasando por Sargadelos, camino de Rueta, dónde nuestro paladín de las noches Tolón, se baña con la luna llena. Y es como una procesión de animas que buscan ser purificadas. Y es así y ahí, dónde nace ese color azul diferente, evocador para presentes y ausentes, que encontrarán y compartirán el rito que contiene el conxuro.
Hay toda una lección más allá de la fiesta. Ese cartel de Xosé Vizoso. Esa escenificación de meigas, trasgos, mouras, trasnos, cuasimodos, ninfas y pitonisas. En medio la solemnidad del queimador. Hará brotar ese azul incomparable que da el aguardiente cuando se quema por mano y espíritu del sumo sacerdote.
Pero no me resisto a señalarlo. Es una actividad cultural propia de una sociedad civil que reside y trabaja en ese rincón que mereció el topónimo de Cervo. Es un acto de hospitalidad que promueven desde Airiños do Xunco. Y como de costumbre, ¡no teman !, todo está perfectamente cuidado. Ahí no caben desfases. En esa noche la cita en torno al mito, un año más, cumplirá todos los parámetros para la convivencia intergeneracional que mantiene rigurosamente los condicionantes para una fiesta de interés turístico en Galicia. Se lo ganaron y lo confirman siempre. Mantienen el pasado con el presente. La realidad con el ensueño. El cielo estrellado con la tierra húmeda… mientras suena la gaita y bailan las vestales.