Fría, insensible, egoísta… Así defino a la sociedad en la que vivimos analizando dos asuntos de la actualidad.
Encender la televisión es echarse a temblar o a llorar casi a diario. Horrible sensación y rabia me causa ver esas fiestas en pisos y esos botellones en los que participan jóvenes y no tan jóvenes sin mascarilla, fumando, compartiendo copas, saliva y sudor. Personas que no piensan en el daño que pueden causar al volver a casa. Individuos que no sienten la tristeza en la mirada de padres y abuelos que no pueden ver a los suyos por culpa de las restricciones que sufrimos. Almas que son capaces de encararse a la Policía o a la Guardia Civil reclamando libertad para poder divertirse. Lo demás da igual.
Dolor e impotencia producen las imágenes del grito desgarrador de una madre que acaba de perder a su bebé en aguas del Mediterráneo, tras subirse juntos a una patera o a un cayuco en busca de un futuro mejor. Miles de vidas truncadas en el mar y otras miles esperando hacinadas en centros de acogida de inmigrantes, como el de Gran Canaria.
Es una lástima que todo nos resbale tanto, que todo nos importe tan poco. Pongámonos en la piel del otro, en la del abuelo que no puede recibir visitas en la residencia de mayores en la que vive por culpa del covid y de su alocada expansión; en la del inmigrante que dice que prefiere arriesgarse y morir en el mar antes que seguir en su país; y en la de los hosteleros y otros empresarios que ven como sus negocios van a menos debido a la irresponsabilidad de parte de una sociedad carente de valores y de educación.
Se avecinan malos tiempos. A ver quien está a la altura.
Carmen Cruzado (Periodista)