Tenía veinte años. Era alumno interno en la Cátedra del Profesor Casas, en el departamento de Cardiología. Pedro Zarco era nuestro jefe, profesor, tutor, líder. Nos enseñó a interpretar la sinfonía del corazón. Pero entre consultas, hablaba de aquella escuela inglesa de Paul Wood que le enseñó a palpar los soplos en las cardiopatías valvulares -el reumatismo es una enfermedad que lame las articulaciones y muerde en el corazón-. Entre fonendos y ECG adoctrinó nuestras conciencias sociales…
Nos hizo ser mejores personas, más sensibles desde la medicina. Era un maestro de la coherencia y la libertad, por eso desde su militancia en el PC nos ayudó a comprender lo que estaba sucediendo en el barrio latino de París. Más adelante me encontraría con el Padre Llanos en el Pozo del Tío Raimundo. Pero, si no hubiera sido por aquella primavera calurosa del Madrid 1968, nunca me habría dejado reclutar por una enfermera -religiosa secularizada- procedente de Nicaragua, que me enseñó los efectos devastadores del capitalismo desarrollista en la dictadura que el gran Forjes denominó “los forrenta años de paz”. Nos recomendó leer a Herbert Marcuse -la dictadura del capital financiero- Zarco y los poetas proscritos cuyos versos se recitaban en las aulas y completaban los apuntes, con las noticias tamizadas por la censura del régimen, consiguieron: espolear nuestra imaginación, prender en nuestras almas la hoguera de la libertad, hacernos soñar con el futuro papel que nos aguardaba para cambiar el mundo -La libreta francesa. Mayo del 68. Emma Cohen-
El mayo francés despertó nuestro sentido crítico de la vida. Los yanquis eran los invasores en el Vietnam. Los soldados portugueses de Salazar, mercenarios para mantener intereses colonialistas en Angola y Mozambique. Se produjo la ruptura con el mundo de nuestros padres, el de la España cañí que seguía siendo devota de Frascuelo y de María. Desde el desorden tratamos de construir un nuevo orden, en el que se incorporaran los parias, para dejar de serlo.
Aquella primavera nos sedujo. Cuando regresé a mi Mariña, por vez primera, descubrí la necesidad de salir por el mundo aunque estuviera lejos de la mar, para aprender a ser ciudadano. Aquel verano del 68, en las playas, romerías, cantinas del norte Mindoniense, discutíamos de política, tomábamos partido, queríamos ser y saber. Ya no éramos meros alienados por la propaganda del régimen. Empezábamos a ser ciudadanos. Con el tiempo descubrí dos hechos. La cultura produce malestar que nos lleva a intervenir, participar y exigir. Bienaventurados los mansos…¡maldita sea!.