Sobre los eventos en sí, propios de la Semana Santa, todo gira y transcurre con relación a los principales eventos referentes, a lo que se denomina como la Pasión de Cristo, y que alcanza uno de sus momentos cumbres, en lo que popularmente se conoce como, el sermón de las Siete Palabras, o de las siete frases que Jesús pronunció desde la cruz en la que estaba clavado, antes de morir.
La muerte en la cruz, la emplearon por vez primera los persas. También la utilizaron los griegos. Alejandro Magno, mandó crucificar en una ocasión a 2.000 habitantes de la ciudad de Tiro. Los romanos siguieron empleando por su parte la cruz, para dar muerte a los esclavos, ladrones y gente de baja condición social en general.
El cristianismo ha exaltado la cruz quizás de una forma excesiva, hasta el punto de que en determinadas ocasiones la ha convertido en algo idolátrico. Sin embargo, la verdadera importancia de la cruz, reside solamente en la de un crucificado singular: Jesús de Nazaret.
En su libro titulado, “Ofrenda Lírica”, el excelente poeta que fue Rabindranan Tagore, incluye este canto de despedida a la vida: “Se que llegará un día en que no veré más esta tierra. La vida se despedirá de mí en silencio y me echará la última cortina sobre los ojos. Pero las estrellas velarán por la noche y se alzará la mañana como antes y las horas se henchirán, como las olas del mar, levantando dolores y placeres…Me han llamado. ¡Decidme adiós, hermanos míos! ¡Adiós me voy! Aquí os dejo la llave de mi puerta…Me llaman y estoy dispuesto para el viaje.”
Jesús de Nazaret, sintió también un día, cuando ya su misión estaba a punto de concluir, la llamada de aquel a quien él llamó Padre de una forma especial, jamás antes utilizada por la humanidad para dirigirse a Dios. La llamada de ese Padre celestial, Jesús de Nazaret supo discernirla sin el menor equivoco. De ese Padre, él dijo que procedía y que a ese Padre Eterno, él regresaba, según sus propias palabras. Los seres humanos con los que compartió los treinta y tres años de su vida terrena, eran de otro plano, pero él no lo era. La ciencia hoy tiene la certeza de la existencia de otras dimensiones y las investiga, nada pues de misticismo irracional en las expresiones de Jesús de Nazaret, refiriéndose al lugar de su procedencia junto a su Padre Eterno. En su despedida, Jesús de Nazaret, nos dejó la llave de otra puerta; la puerta de la eternidad, la del Padre, la puerta de la inmortalidad y de la existencia real en otro plano o dimensión. Y todo eso se desprende claramente de aquellas conocidas “siete palabras” o mejor dicho, siete frases por él pronunciadas en la cruz en la que estaba clavado, antes de morir, en aquel lugar denominado Gólgota, o monte de la Calavera, popularmente conocido como el monte Clavario.
Jesús de Nazaret, nos dejó en forma hablada, uno de los más grandes tesoros de ciencia y de sabiduría que la humanidad tiene en depósito; mejor dicho, el más grande.
Hoy, aquí y ahora, al contemplar en la distancia a Jesús de Nazaret, clavado en aquella ignominiosa cruz del Calvario, podemos darnos cuenta de que la verdadera medida de la vida, es la muerte. Importa como vivimos, pero importa aun mucho más como morimos.
Agustín de Hipona escribió: “El madero en que están fijos los miembros del hombre que sufre –Refiriéndose a Jesús de Nazaret – es también la cátedra del Maestro que enseña.”
Y es mucho ciertamente, lo que aquel crucificado singular y único, puede enseñarnos hoy a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, precisamente en estos días en la que se vive una infame, injusta y degradante crisis económica que, está ocasionando la ruina de hogares y familias, en aras de intereses egoístas inhumanos, y que son los resultados inherentes, de un capitalismo al servicio de la avaricia voraz y sin límites de unos pocos que, con sus riquezas multiplicadas y desmedidas, las cuales en modo alguno, en multitud de casos como hemos visto y seguimos viéndolo, no han sido el fruto de un trabajo horrado, sino más bien puede razonablemente presumirse que, son fruto de todo lo contrario; y esto desgraciadamente, podría aplicarse no sólo a individuos concretos, sino también a alunas empresas –a más de las que se debiera por supuesto-, llegándose a un punto tal, de que aquellos ciudadanos, si deben sus fortunas y patrimonios a sus esfuerzos personales y a su constate trabajo, son ejemplos dignos de admirar y de imitar, si bien en esta época especimenes como estos, no suelen abundar, para desgracia de todos; en cambio si proliferan en paralelo las corrupciones y guerras de toda índole, incluidas por supuesto las guerras de los fanáticos de una religión, o esas otras guerras motivadas por influencias de tipo político-nacional, con un trasfondo de petróleo, gas o determinados minerales, y que de hecho; son determinantes para hacer aun más profundo, ese abismo de desigualdades que se está padeciendo a día de hoy, en la crisis en la que hemos sido instalados. Desigualdad desproporcionada que, ha sumido a millones de nuestros semejantes en la miseria y el hambre, debido a la pérdida de sus empleos y al desahucio de sus viviendas; desahucios que ahora, a la luz del Derecho y de la Justicia emanada desde la Unión Europea, resulta que en multitud de casos, fueron totalmente ilegales, pero resulta que el daño ya fue hecho, y la reparación del mismo, a fecha de hoy; ni se ha dado, ni se espera, muy a pesar de haber constituido todo un cúmulo de actuaciones arbitrarias inmorales e injustas que, llegó a causar, y sigue causando, suicidios, depresiones, desarraigos y rupturas familiares, pero que pese a ello, y según parece y puede apreciarse, no les ha causado ninguna perdida de sueño, ni a bancos ni a banqueros, ni a los mandatarios de turno. ¡Lamentable y vergonzoso, pero cierto!. Y menos mal que según parece al menos ahora, proyectan poner un plan denominado algo así, como de una segunda oportunidad, a fin de impedir lo que aun continúa sucediendo. Veremos en que queda la cosa. Y si es así, como reza el viejo refrán: “Nunca es tarde, si la dicha es buena”, pero en este caso, algunos esa “dicha buena”, no la podrán ni ver, ni disfrutar, porque ya han pasado a mejor vida, tras haber padecido tanto sufrimiento, como es el caso de España.
Es por todo lo anterior y por algunas cosas más qué, al inicio de la presente Semana Santa, me permito formular públicamente, los mismos interrogantes que hace años, y también por estas señaladas fechas, hice ante la proximidad de la Semana Santa, en el seno de esta sociedad, donde en el nombre sublime de éste crucificado que fue Jesús de Nazaret, se derramaron a lo largo de siglos de historia, ríos de sangre inocente. Porque Ciertamente, en el nombre de Jesús de Nazaret, llamado el Cristo, se han cometido las mayores barbaridades, y por eso precisamente, hay que volver al único que se proclamó Salvador, Redentor y Príncipe de Paz por derecho propio y sin intermediarios, ni sin conceder a nadie, en ninguna época histórica, ese pretendido derecho por algunos proclamado, de poder derramar sangre en su nombre, porque aquel Jesús de Nazaret que murió clavado en aquella ignominiosa cruz del Gólgota, nos enseñó muy claramente, de que sólo él era la verdad en exclusiva: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mi”. Él y solamente él, es ese camino de Paz, de Verdad y de Perdón, cierto y seguro, por medio del cual, absolutamente a nadie le está permitido perseguir o matar, ni por él, ni en su nombre; de ahí que debido a ello, tenemos obligatoriamente que confesar y admitir, el profundo pecado que en tal aspecto, esta nuestra España “amante de
Frascuelo y de María” ejerció y practicó sin pudor ni rubor, debido a una determinada herencia recibida por tradición.
Jesús de Nazaret dijo: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” Aquí tenemos otra vez, en palabras dichas por el propio Jesús, la premisa o condición requerida; ir a él directamente y poniendo a sus pies, nuestro decidido y firme arrepentimiento; no un mero y superficial arrepentimiento más o menos folclórico de procesión, cirio, habito con capirote, pies descalzos, cadenas, etc. o mantilla española; sino un arrepentimiento vivo, auténtico, real y definitivo, no siempre –la mayoría de las veces-, lo primero no va unido, ni implica lo segundo.
Aquel verdadero Jesús de Nazaret que un día pisó los polvorientos caminos de su natal Palestina, nuevamente hoy llega a nosotros, y con las mismas palabras de entonces nos dice: “Venid a mi…” Y añade: “Al que a mi viene no le hecho fuera.” (Evangelio de S. Juan 6:37). Más claro el agua.
Y no podía ser de otra manera, porque éste crucificado del Calvario vive:”Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por lo siglos.”(Epístola a los Hebreos 13:8). Y como vive, no debe ser buscado entre los muertos, porque la cruz donde él fue crucificado, y la tumba donde le sepultaron, están vacías; por eso, ante tanto dolor en el rostro de miles de penitentes que irán a caminar compungidos, al igual que cada año llegadas las fechas de la Semana Santa, tras las múltiples imágenes realmente artísticas de cristos muertos, hoy como ayer, resuena la pregunta: “¿Por qué buscáis entre los muertos al qué vive? No está aquí, sino que ha resucitado.” (Evangelio de S. Lucas 24:5-6). Sí, ciertamente, Jesús de Nazaret ha resucitado. ¡Aleluya! No está eternamente clavado. No hay que pedir escaleras para subir a la cruz cada primavera para desenclavarlo, como en el poema de Machado convertido magistralmente en canción por Juan Manuel Serrat.
Es por todo ello el que quiero deciros, de que si verdaderamente la pasión de Jesús nos produce algún remordimiento, y nos hace reflexionar y sentir arrepentimientos y emociones, y si además de ello, nos interroga sobre nuestro destino eterno tras la muerte, así como esa nuestra trascendencia cósmica, dejémonos ya de zarandajas, porque no podemos supeditar ese futuro y la tranquilidad de nuestras conciencias, para convertirlo en algo meramente folclórico de dos o tres días al año, llegada la Semana Santa, sino que toda nuestras vidas y en definitiva nuestra propia existencia, necesita con urgencia algo más profundo y a la vez que sea una constante cotidiana de cada día, de cada hora, de cada minuto, aun cuando ello no fomente el turismo, ni de mayor esplendor a nuestras procesiones, etc., ni inspire saetas de balcón, ni nos traiga a prelados encumbrados para que nos predique el ya clásico Sermón de las Siete Palabras, dado que en ocasiones pudiera suceder que, ese predicador de lujo, resulte ser el menos idóneo para ello, porque le falla su test en lo que atañe y concierne al testimonio, ¿o es acaso el que se le puede otorgar a alguien que vive con la mayor ostentación, por ejemplo en un superapartamento de lujo, rodeado de asistentas, secretario, coche de lujo con chofer, etc. un mínimo de legitimidad, para poder predicar y explicarnos, cada una de aquellas palabras pronunciadas por Cristo, estando totalmente sólo, desamparado y desnudo, clavado en una cruz?…Sencillamente, cuando eso llega a suceder –y todos sabéis muy bien que sucede-, falla estrepitosamente dicho test en tal predicador de lujo y posiblemente ostentador de un humano y reconocido poder, digamos que humano-político, pero que a la hora de la verdad carece en absoluto de poder, para exhortar y para poder motivarnos, ya que jerarquía religiosa de esa guisa, carecen del verdadero poder proveniente de aquel crucificado del Calvario, para que pueda predicarnos en la potencia del puro Evangelio de Cristo, para que de esa forma se llegue a producir en muchos, ese arrepentimiento que precisan con urgencia, para que puedan recibir el perdón total, de Dios y de los hombres. De ahí que por todo ello, debamos de tener muy presentes, las sabias instrucciones y consejos que para todo el clero –obispos incluidos- que con toda
la razón y derecho, dio el actual Papa Francisco, pidiendo a todos los ministros de la Iglesia, a que ejerzan sus respectivos ministerios en humildad, sin lujos, ni ostentaciones de ningún tipo. Por todo esto, si verdaderamente anhelamos y clamamos por ese arrepentimiento sincero, y no queremos convertirlo en un mero espectáculo folclórico; reflexionemos seriamente llegada esta Semana Santa, y si nos decidimos a escuchar la verdadera voz de Jesús llamándonos, es muy posible que nuestras folclóricas procesiones, pierdan en esplendor, y debido a ello se oigan menos saetas de balcón, y hasta quizás no nos venga a predicar el Sermón de las Siete Palabras, prelado de lujo; y hasta puede que también probablemente, perdamos algunos cuantos turistas que acudan para ver las procesiones, escuchar los sermones y saetas y contemplar a cofradías y cofrades penitentes, pero en cambio si desechamos algo de toda esa tradición errada y superflua, y la dejamos un poquito de lado en un segundo plano, para escuchar y reflexionar sobre las enseñanzas de Jesús; seguro que las palabras del crucificado por si solas, producirán verdaderos discípulos y seguidores suyo que, en modo alguno, iniciaran guerras injustas y asesinas, ni se producirán deudas externas que luego se convierten en deudas eternas, ni otras muchas “lindezas” que han dado pié y ocasión, para que surgieran determinados partidos políticos con demagogos lideres aspirantes a dictadores, al frente de los mismos, pues ya deberíamos de saber y conocer, lo que buscan y pretenden tales líderes; ¿o es que pretendemos ignorar y mirar hacia otro lado, lo que ya si han hecho esa clase de líderes populistas en aquellos países en los cuales han logrado alcanzar el poder, utilizando para ello las mismas estrategias de demagogia y mentira que las que actualmente están utilizando en España, sus afines y homólogos políticos populistas que aspiran por todos los medios a implantar regimenes dictatoriales similares?…¿Es que no comprendemos lo que sucedió en Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia o la propia Corea del Norte?…¿Es que aun viendo eso, resulta que por estas latitudes, no acabamos de percatarnos de los engaños al que están siendo sometidos amplios sectores sociales, por estos políticos populistas?…Pues en esto también deberíamos de reflexionar en la Semana Santa, porque como cristianos, tenemos la obligación y el deber, de denunciar el engaño y la mentira a cualquier nivel, se nos presente ese engaño y mentira, con cualquier color político.
Aquellos que nos consideramos cristianos, o simplemente sólo ciudadanos demócratas que buscamos la paz y la justicia social, no podemos seguir ni votar a esos lideres populistas, ni dejar de advertir y de dar la voz de alarma a nuestros conciudadanos, para hacerles poder ver y comprender que, dichos políticos profesionales profesionales de los populismos de turno aberrantes, están sólo aprovechando los olímpicos errores producidos por una crisis, patentada y promovida en muchos casos, por políticos de democracias que se estimaban y consideran cristianos, pero que en su camino, al parecer, se quedaron sólo con el nombre, y lamentablemente en su transitar, perdieron casi sin percatarse de ello, el bagaje y principios que, obligatoriamente todo cristiano que de tal se precie, debería de llevar siempre con él, y gracias a eso, los profesionales de esos partidos populistas quieren “hacer su agosto”, aprovechando la ignorancia de algunos.
Y expuesto y denunciado todo lo anterior, nos toca decir lo más importante y vital, porque si de verdad creemos que aquel Jesús que murió en la cruz, es nuestro salvador y redentor que, “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”; que vino a traernos la única Verdad con mayúsculas, no una mera verdad cualquiera subjetiva y parcial. Y que realmente vino a darnos la verdadera vida en abundancia; si es así, entonces también en esta Semana Santa que ya se aproxima, tenemos la imperiosa obligación de defender el derecho sagrado a la vida con todas nuestras fuerzas, porque como cristianos, no podemos, ni debemos permitir que ese derecho sagrado a la vida que procede de Dios, se convierta en una mera concesión de los gobernantes de turno, pues llegados a esta tesitura, debemos de recordar y de tener muy presente, de que es precioso obedecer a Dios, antes que a los hombres, aun cuando ese hombre sea el destacado asesor de tal o cual partido político.
Una sociedad que sólo encuentra como solución a sus problemas, la eliminación de aquellos miembros de la misma, a los cuales percibe como “su problema”, es el síntoma más notorio, de que dicha sociedad está gravemente enferma, y que por tanto, una sociedad así embriagada de hedonismo y preñada por el consumismo que, ofrece a miembros inocentes de la misma en sacrificio, en el altar de las trituradoras de las clínicas abortistas; llega a ser una sociedad que, ha emprendido el camino sin retorno de su decadencia a todos los niveles; ético, moral, intelectual, político, científico, y también como ya estamos viendo, su declive de bienestar socio- económico. La actual crisis nos lo ha demostrando. Una sociedad en fin que, llegado el momento, y de seguir así, perdería la justificación de su existencia, ante la misma Historia. ¡Lamentable, pero cierto!
Por todo lo expuesto, a más de un cristiano que sea verdadero creyente y en consecuencia, demócrata convencido, no puede por menos que venirle a la memoria, aquellas palabras del crucificado cuando exclamó: “¡Me decís Señor, Señor, pero no hacéis lo que yo os digo!”, y comprende de inmediato que, esos otros cristianismos sociales de pacotilla de tres al cuarto, carecen de la guía de aquel Maestro de Galilea que con todo el derecho, se autoproclamó como Hijo de Dios y Señor, cosa que muchos han olvidado o pretenden olvidar, practicando debido a ello, ese otro camelo sucedáneo del cristianismo descafeinado, vacío de las enseñanzas y ejemplo del auténtico Jesucristo que, hace dos mil años, nos predicó y enseñó la verdadera Justicia, la auténtica Paz, la genuina Libertad, la efectiva Solidaridad entre los seres humanos, así como entre los Pueblos y Naciones de la tierra, junto con el Amor fraternal; todo ello una vez más con mayúsculas, y que en lugar de ese verdadero cristianismo auténtico de Cristo, algunos han dado a las naciones, esa droga que es realmente el auténtico opio del pueblo, consistente en una mera religiosidad más o menos folclórica, convertida en arte, pero no por ello sin dejar de ser ese opio del pueblo y para el pueblo, lo cual ha sido y es inherente, a ese otro cristianismo de religiosidad fingida, preñada de cadenas de ignorantes esclavitudes, en aras de un planificado objetivo, cuyos “democráticos beneficios” ya hemos podido saborear y paladear, incluso durante las etapas de bienestar, pero que a raíz de la aparición de una crisis, resultan más evidentes.
Todo lo anterior es para meditarlo profundamente, máxime llegada esta próxima Semana Santa, y para recordar a nuestros gobernantes, sean estos tiros o troyanos, que el Cristo que dijo aquello de “tus pecados te son perdonados”, dio también panes y peces para saciar el hambre, y ordenó a sus seguidores que hicieran lo mismo, y que denunciaran todo tipo de corrupción, injusticias sociales, populismos engañosos, opresión, etc. como los que hemos podido ver y contemplar, a lo largo y ancho de la piel de toro ibérica de la Madre Patria, España; y en tantas repúblicas de nuestra querida América latina, hasta el punto de que tales situaciones y estado de cosas, ya se han convertido en ese amargo pan nuestro de cada día, al que como cristianos de Cristo, tenemos no solamente el deber de denunciar, sino también el de luchar, para que tan grandes males sea erradicados para siempre. ¿Y que mejor forma de hacerlo, sino tomando cada uno conciencia de tales deberes, como seguidores del auténtico Maestro de Galilea y de nuestras vidas, en el transcurso de la Semana Santa que se avecina, y al pie de la cruz de aquel que un día por medio de Su Obra Vicaria, hecha a nuestro favor, nos llamó de muerte a vida, invitándonos a transitar por sendas de justicia, y firmemente arrepentidos, aceptar su perdón, su amor fraternal, y su paz?…Hagámoslo entonces.
Que así sea.
Marzo de 2015
+ Eduardo Andrés Domínguez Vilar
Obispo
(Sufragáneo de la Diócesis Latinoamericana de la A.O.C.)