Se cumplen 30 años del fallido golpe de estado que aquella tarde de febrero logró colarse a través de los transistores de radio en muchos hogares Españoles. Se votaba en el hemiciclo la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo y aunque yo no tenía ni la más remota idea de lo que aquello significaba, ese día quedó para siempre grabado en mi memoria, como una fecha especial a partir de la cual, podía cambiar de nuevo el rumbo de nuestra historia; y por las caras de preocupación de mi familia, entendí que para mal.
Había llegado del colegio, merendé y me encontraba en la cocina haciendo los deberes, como cualquier otro día, pero de pronto la rutina y el silencio necesario para aquellos menesteres en los que me encontraba, se vio interrumpida por los acontecimientos. Mi abuela colocó el aparato de radio encima de la mesa, al lado de la única clavija que había en aquella pared y a partir de ahí, me fue imposible, aunque lo intentaba, concentrarme en las tareas escolares, que habían pasado a segundo plano en el orden de prioridades. Lo inmediato e importante era tener noticias de lo que estaba ocurriendo en Madrid, y los comentarios que salían de las ondas acaparaban toda la atención, incluyendo la mía, de forma que pasamos el resto de la tarde escuchando una y otra vez, en las distintas emisoras, el estremecedor sonido de los disparos de Tejero, que había conseguido irrumpir en el lugar donde la democracia tomaba la palabra hasta aquel preciso momento; me resultaba increíble que hubiera periodistas que nos estuvieran contando en directo lo que estaba ocurriendo allí dentro en unas circunstancias nada normales.
Era habitual encontrar a mi abuela sentada delante del televisor presenciando atenta las interminables sesiones del congreso que yo consideraba aburridas, y que ahora con el paso de los años puedo escuchar con la misma atención; lo que ya no era tan normal era la tensión y la preocupación que se palpaba aquel 23 de febrero y que a mi me resultaba”emocionante”, precisamente porque no era consciente de muchas de las causas que generaban aquella incertidumbre en mi entorno.
Reconozco una admiración personal y un respeto profundo por todas las personas que aquel 23 de febrero estaban haciendo su trabajo en el congreso y no puedo dejar de rememorar ese día, como el día en el que muchas familias estuvieron en vilo y en el que algunos niños entendimos que lo que pasaba en aquel lugar en el que se sentaban tantas personas juntas, era muy importante y decidía de una forma u otra nuestros destinos.
Esa tarde, unos pocos, intentaron torcer la trayectoria de una línea marcada, la de la democracia.
En estos precisos momentos, hay millones de personas en distintos países, que intentan enderezar una línea que lleva demasiados años torcida. Espero que lo consigan.
Beatriz Vázquez Monroy