Amores que no dejan vivir
A menudo cuando escribimos, en cierta manera nos desnudamos hacia los demás. Las emociones, la imaginación o la vivencia personal se transmiten a través de la escritura, y en mayor o menor medida en esta necesidad de compartir la mezcla de vivencias y emociones con los demás hay algo de exhibicionismo personal.
Pero nada es demasiado personal para compartir, si a alguien le puede servir para sacar conclusiones o hacerle reflexionar sobre el tema y por eso decido “exhibir” mi experiencia.
Me ocurrió con 16 años, cuando conocí a mi primer “amor”, 3 años mayor que yo. Me acompañaba a todas partes, me llevaba los libros del instituto a casa y si podía de casa al instituto, guardando las distancias oportunas para que no nos regañara mi madre, a la que con esa edad ni le podía mentar que tuviera novio. Con el paso de los meses se convirtió en mi escudero personal. Me quería tanto, que no podía ir sola a ningún sitio, y a mí al principio, me pareció hasta normal, porque me gustaba estar con él. Cuando al final la familia ya acepta que tienes pareja y que no pueden impedir tus sentimientos hacia el sexo opuesto, empiezas a poder hablar de la relación en el entorno familiar y aceptan que te llame por teléfono a casa. Pero las llamadas comenzaron a hacerse demasiado frecuentes y numerosas y mi madre empezó a mosquearse y a decirme que aquello no era normal. A pesar de no querer escucharla, en el fondo, aquel cariño y control constante empezaba a incomodarme y justo e ese momento de incertidumbre el servicio militar llamó a su puerta. Para mí, supuso un alivio relativo. Recuperé mi vida anterior a conocerlo, me centré más en mis amigas (a las que había abandonado por amor), pero las llamadas y cartas seguían inundando mi casa.
Llegó a decirme que no le gustaba que me pintara la cara, que estaba muy guapa al natural, que no me pusiera cierta ropa, que no hablara con ciertas personas……..¿les suena de algo?; cuando tomábamos algo en un bar y me fijaba en la gente que iba y venía, desconfiaba de si me podia gustar alguien que no fuera él. La entrada en la universidad, con una carrera en la que la mayoría de alumnos eran hombres, agudizó el problema y ahí por fín, rompí la relación. Sé que jamás me hubiera puesto la mano encima, porque no era tonto y conocía mi caracter, pero supo jugar con la explosiva mezcla de inexperiencia, juventud y amor. El primer amor en la juventud, no tiene que ser necesariamente un mal recuerdo, todo lo cotrario, pero es importante detectar los “síntomas” para evitar que se desarrolle la “enfermedad”. Mi madre fué una doctora estupenda, y sé, que como yo, cuando ahora nos cruzamos alguna vez por las calles con él y su pareja e hijos, ambas nos preguntamos como será la vida de todos ellos. Sin conocerla, intento ver en sus ojos y en su mirada la respuesta de que todo va bien, pero no tengo la respuesta.
Beatriz Vázquez Monroy