Las imágenes de la hambruna en África a finales de los 70 y principios de los 80 marcaron mi niñez, sin duda alguna. En aquellos tiempos, los rombos ponían el límite a los niños y adolescentes de forma que no se escapara ninguna teta ante nuestros ojos. Se nos negaba contemplar la anatomía humana; sin embargo, las obscenidades se encontraban sin duda alguna en otras emisiones que no tenían veto para el público infantil. Eran las imágenes de los escarnios de las guerras, el hambre, las dictaduras y en definitiva, de la desigualdad. Quedaron gravadas en mi retina, las madres que sostenían en sus brazos a unos niños hambrientos, esculpidos por la desnutrición y acosados por las moscas y las alimañas. Aquello me marcó para siempre y jamás he cambiado de canal para evitar afrontar una doble realidad, que me permite vivir cómodamente y rodeada de posibles mientras medio mundo se muere a causa de la injusticia. La política consiste en tomar decisiones para solucionar conflictos o alcanzar ciertos objetivos, pero por desgracia se ha convertido en un arma de destrucción masiva en la que los ciudadanos somos usados como una munición más que emplear contra los adversarios. Se emplea tiempo y dinero de todos en buscar y rebuscar un trozo de porquería, una posible trama o tramucha con la que poder atestar un golpe de efecto al contrario, olvidándonos de que en estos momentos, lo más importante, es dedicar todo nuestro esfuerzo e imaginación en dar solución a los problemas de la gente. Muchas personas me preguntan a menudo porqué estoy en política. Es mucho más complicado que lo que voy a decir, pero mi respuesta es sin duda que por aquellas imágenes de la vergüenza. De alguna manera, sigo convencida de que la política es un instrumento para cambiar las cosas, y aunque he comprendido que yo sola no puedo acabar con el hambre en el mundo, con las guerras y la desigualdad, si puedo contribuir a intentar convencer a las personas de que otro mundo es posible. El otro día, al salir de un supermercado de hacer la compra, mi hijo mayor me pidió dinero. Como iba a la carrera pensé que era para alguna golosina y accedí mientras sacaba un euro del bolso. El euro acabó en manos de una persona que estaba pidiendo en la calle y en ese momento me sentí la madre más feliz del mundo.
Algunos aspiran a que sus hijos sean siempre los primeros de la clase, los primeros de la fila, los más listos e inteligentes….. y al final muchos se frustran cuando las aspiraciones de sus padres no son colmadas; yo creo que debemos aspirar a que nuestros hijos sean personas responsables, solidarias y activas, dispuestas a escribir otro futuro, donde la justicia, la igualdad y la resolución de conflictos, tomen la delantera al egoísmo, al éxito individual y a la mediocridad. En resumen, que no cambien de canal ante los problemas de la gente.