Las estadísticas y estudios lo confirman: el techo de cristal que impide a las mujeres alcanzar la igualdad no es un invento ni una disculpa femenina. La Ley de Igualdad efectiva entre hombres y mujeres ayuda e impulsa el despegue pero en el camino hacia el objetivo final, las mujeres nos encontramos muy a menudo con demasiados obstáculos que nos apartan de la trayectoria marcada. A veces serán pequeños y podremos esquivarlos o saltarlos para volver a la senda, pero en otras ocasiones la dificultad se convertirá en un muro infranqueable que necesita del apoyo y comprensión de toda una sociedad para poder derribarlo.
Está claro que lo de esperar a que con el tiempo y voluntad las cosas cambiaran no funcionó y por tanto fueron necesarios otros mecanismos mas efectivos en el ámbito legislativo, que consiguió transformar la voluntad en una oportunidad. Algunos siguen diciendo que esta ley no hacía falta; yo les remitiría a los informes que se realizan desde los distintos organismos autónomos, nacionales e internacionales, que apuntan todo lo contrario.
El otro día trascendió a los medios el caso de Nélida Pisco, la única mujer en una empresa de hombres cuya maternidad acabó en despido. Pero el de Nélida no es un caso aislado, si no la punta del iceberg de una lacra silenciosa que intenta anular la voluntad y la dignidad de muchas otras mujeres que día a día intentan navegar entre su vida laboral y personal, sacrificando en muchas ocasiones su maternidad o su derecho a reducción de jornada para el cuidado de los hijos por miedo a represalias. Es importante y de justicia luchar porque las mujeres cobren el mismo salario que un hombre por un mismo trabajo, pero no es menos importante que los hombres sean corresponsables con todas y cada una de las tareas cotidianas: los hijos, la casa, el cuidado de las personas mayores y/o dependientes…… Solo así las mujeres afrontaremos en igualdad los retos diarios.
Mientras esa igualdad efectiva no llega, tendremos que modificar ese dicho tan popular de que los niños cuando nacen vienen con un pan bajo el brazo; yo propongo actualizarlo y añadir que las niñas, además, traerán una maza bajo el suyo, pues les será útil para romper los numerosos muros con los que se encontrarán a lo largo de su vida.
Para evitarlo, hagamos entre todos, hombres y mujeres, un camino más llano y transitable, un camino común en el que los desvíos hacia calles sin salida estén prohibidos.
Beatriz Vázquez Monroy