Tras ese acontecimiento extraordinario, se sucedió una historia inacabada de sucesos que llegan hasta hoy. En efecto, según rumores muy extendidos, el resultado de la muerte de aquel nazareno que decía ser Hijo de Dios, fue la victoria sobre el mal, fue la salvación de las almas, la omnipotencia del Amor que se entrega vencido, pudo con el poder del mal. Y según esos mismos rumores, ese nazareno resucitó, y la misma Resurrección se ofrece a todos los que quieran creer en Él y seguirle. Al parecer fueron muchos los que se atrevieron a vivir en esta certeza de la Resurrección. Su esperanza y su capacidad de sacrificio llamaron la atención en todo el mundo conocido por entonces. Uno de ellos, un tal Iacobus Zebedeo, estaba tan alegre de saberse llamado a la Resurrección que vino andando hasta Galicia para contarlo. Ahora miles van a su tumba a seguir escuchando su mensaje.
La fama de los cristianos era enorme. Eran pocos, la mayoría pobres, pero causaban admiración. Según un documento del siglo II (una carta a un tal Diogneto que estaba muy intrigado con el tema) “los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres….,sino que habitando en las ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le cupo en suerte, y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran viviendo un tenor de vida admirable y, por confesión de todos, extraordinario…Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida. Para decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo”. Profundizando en esta idea, continúa la carta aclarando que “el alma invisible está en la prisión del cuerpo visible, y los cristianos son conocidos como hombres que viven en el mundo, pero su religión permanece invisible. La carne aborrece y hace la guerra al alma, aun cuando ningún mal ha recibido de ella, sólo porque le impide entregarse a los placeres; y el mundo aborrece a los cristianos sin haber recibido mal alguno de ellos, sólo porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la odian, y los cristianos aman también a los que les odian.”
Han pasado más de veinte siglos y, aunque parezca mentira (de hecho es un milagro) sigue habiendo cristianos en el mundo. En Ribadeo en concreto, sigue habiendo una comunidad cristiana viva. Veinte siglos después, sus miembros siguen celebrando la Eucaristía, instituida en Jueves Santo. Y guardan celosamente el pan consagrado y lo veneran a todas horas, expuesto en el Monasterio de Santa Clara. Al igual que al principio, tienen en Ribadeo dos Sacerdotes (también fue el Jueves Santo cuando se instituyó el Sacerdocio). Algunas de sus mujeres viven consagradas: unas dedicadas a la educación (las Hijas de la Caridad del Colegio), otras a los enfermos y ancianos (las Hermanas de Marta y María, del Hospital), otras a rezar y ofrecer su vida por los que seguramente las ignoran y hasta las critican (las Clarisas). Los demás viven en el mundo, solteros o casados, hacen su trabajo con esperanza, con deseo de perfección…ayudando y ayudándose…Y de entre ellos, a todos los que viven en serio su fe, los critican, los ridiculizan en las series de televisión, y sin conocerlos los desprecian o los ignoran.
Pasados veinte siglos, Ribadeo goza en ellos de la presencia de Cristo. Un Cristo que, como cirio Pascual, da luz en la oscuridad. Quienes quieren se acercan a la luz, y con su luz encendida van por el mundo. En medio de la oscuridad son poco, pero brillan mucho. Son luz de esperanza para quienes viven en estructuras de pecado y para quienes sufren las consecuencias del pecado: niños que sufren los males de los egoísmos de los mayores, mayores abandonados, mujeres despreciadas o abandonadas tras aprovecharse de ellas, trabajadores sin empleo por avaricia o negligencia de otros, etc.
Recogiendo los misterios de estos días, el mundo gozará una vez más de esa alma cristiana veinte siglos después. Pero para ello necesita, como entonces, a los cristianos. Nos necesita a ti y a mí fieles a los misterios de estos días. Necesita ver nuestra aceptación del perdón cuándo confesemos, nuestra devoción al visitar la Eucaristía en la Parroquia o en Santa Clara, nuestra unión interior a Dios cuando dediquemos horas para meditar el Evangelio como María. Sólo así podremos ofrecer al mundo la esperanza de una actitud cristiana ante la Cruz, y nuestra fe cuándo cada Domingo sea como el primer Domingo: una fiesta con visos de eternidad. Ojalá que estos días vuelvan a ser para los que compartimos la fe, una ocasión de vivir el misterio de la Cruz y la Resurrección. De nuestra respuesta dependerá que brille o no como se merece la luz pascual en Ribadeo veinte siglos después.
Diego Vigil de Quiñones Otero