“Reconocimiento a la mujer mariscadora”
Allí están siempre ellas, sin pedir nada, sin quejas, doblando la espalda entre rocas, con un ojo en la mar y otro en la huida, buscando entre traidores salientes, entre espuma y golpes de una mar que no se deja arrebatar a sus criaturas, ellas, luchando contra el desafío por unos cuantos percebes que les aporte un dinero bien luchado, la lucha por la vida, la lucha contra el poder de los mayoristas, ellas son las que se juegan la vida, ellas las que luchan contra el mar, siempre atentas a un golpe traidor que las deje fuera de combate, ellas, estas mujeres luchadoras, sufridoras, madres amantes, esposas desesperadas en la esperanza de la buena pesca, padres y madres todo en uno, abuelas, hermanas, viudas, todo un ejercito de sacrificadas mujeres, con el agua hasta las rodillas mariscando horas enteras, con sus cubos, sus sacos, sus rastrillos, peinando la arena de la bajamar en busca de cualquier molusco que se pueda vender.
No importa la edad, no importa la carga familiar, no importa el frío, el sol, el agua, no importa nada, solo mariscar. No importa el hambre, el dolor, la tumefacción, no importa nada, solo ayudar en casa, esas mujeres que son madres de familia, que dejan sus hijos en el colegio, sus casas arregladas y se olvidan del mundo mientras doblan sus encorvadas espaldas como si pidiesen permiso a la mar para cosechar sus frutos.
Después la lucha por conseguir un precio razonable que nunca le da la razón, miran sus monedas y reniegan de los nuevos Ali-Baba mientras miran al horizonte rezando para que ellos vuelvan siempre a puerto, suplicando que el Dios Neptuno les premie con una buena pesca, para que el mar no se enfurezca y les deje regresar vivos a sus casas donde podrán comentar y lamentarse si el día se dio mal.
Cada partida es un adiós doloroso, rezando les ven alejarse hacia el horizonte, temblando para que no suene la campana, esa campana de los malos augurios, que anuncia que habrá nuevas viudas en el pueblo, donde las viudas ya curtidas por el dolor se apresuran para arropar a las nuevas viudas. De repente surge el llanto, la maldición, el porqué y tantos porqués, el grito salvaje de la fiera herida, de la muerte traidora, del tributo que les cobra el mar, ayer su sustento hoy su enemigo.
Se miran doloridas pensando que mañana hay que mariscar, que la vida solo se detiene para los pobres muertos. Mañana y mas mañanas, así hasta el infinito, solo esperan que sus hijos salgan de allí, que no miren al mar, saben que si lo miran les hechizará, saben que se lleva en la sangre y aquí no hay nada mas que el mar, es su vida y su muerte, su alegría y tristeza, su odio y porqué no, su amante.
Ellas que perdieron su juventud entre rocas y espuma, entre lagrimas y lutos, entre amores y bailes en la plaza, ellas que se miran a las manos y las ven vacías, como si hubiese pasado toda la vida por ellas sin dejarles nada, solo rotas por las grietas, destrozadas por los cortes de las rocas, ajadas en plena juventud. Pero no importa ellas saben lo que es luchar, ellas son la bandera de sacrificio, ellas que fueron bellas y tiernas, amantes apasionadas, madres corajes, ellas nunca se darán por vencidas porque si algo saben es sufrir, ellas que fueron capaces de llorar a sus muertos y salir al día siguiente al mar, cómo se van a dejar vencer por unas cuantas olas. Ellas las mujeres del mar, a ellas va mi más humilde homenaje.
Miguel A. Rodríguez