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A luz da vida

LA LUZ DE LA VIDA

Beatriz Vázquez Monroy

El viernes por la tarde, Mario toma café junto con otro compañero de Protección Civil en un bar de Cervo. Indagamos sobre como se presenta la jornada, después de escuchar las últimas previsiones, nada halagüeñas, por cierto, con la esperanza de que hayan sido una vez más, exageradas.

A las diez de la noche, el viento arrecia, y mientras la mayoría nos pegábamos al cristal de la ventana comprobando impotentes como la naturaleza se confabulaba para poner a prueba lo material y lo humano, un grupo de personas se afanaban en ayudar a quien por diversos motivos, aún no había llegado a su casa. Después se va la luz, y el caos se hace más evidente. Los árboles empiezan a caer como fichas de dominó sobre carreteras y caminos, y comienzan a sucederse las historias que leemos estos días en los diarios locales.

La guardia civil acude a la zona de O Castelo, intentando señalizar el lugar donde han caído los dichosos eucaliptos; un momento después, una mole alargada se abalanza sobre el sargento Lorenzo Martín y lo vence. Mario acude a la llamada, y comprueba que la persona herida es padre de un compañero, lo cual agudiza lo traumático de la situación.

La ambulancia se abre paso ante el caos, y aunque lucha con todas sus fuerzas, el sargento no logra sobrevivir. Después la noche va pasando, mientras la guardia civil, los servicios de intervención, policías y sanitarios continúan ayudando a la gente, exponiendo sus vidas en muchas ocasiones. La luz del día deja ver lo que la oscuridad escondía; con tal panorama, da miedo pensar que en vez de la noche, la ciclo-génesis explosiva hubiera elegido la mañana o la tarde para visitarnos, cuando la vida es más evidente en las calles.

Pasa el sábado y vuelve la noche; el domingo por la mañana las autoridades comienzan a visitar las zonas afectadas. Yo y mi familia nos sentimos privilegiados por estar bien, mientras a pocos kilómetros, otra familia y compañeros, lloran al Sargento Lorenzo Martín. Puede que la muerte no sea el final, como reza la canción de despedida, pero quien se va no vuelve, y los que se quedan, lo saben y por eso lloran su ausencia.

Mientras muchos se lamentaban por los kilos de carne que se podían perder, las cosas que no podían hacer, o el frío que podían pasar, repasaba la cantidad de personas que trabajan estos días para señalizarnos el peligro, rescatarnos de un coche, limpiar nuestras calles, contarnos lo que ocurre a nuestro alrededor o subirse a un poste eléctrico a pesar del frío, la lluvia, el viento, la falta de sueño….hasta que todo esté perfecto, para seguir con nuestras vidas perfectas.

Poco a poco recuperamos la normalidad en nuestras casas y respiramos aliviados, pero a estas horas, hay varios hogares, en los que las luces que se apagaron, no volverán a encenderse jamás. Para ellos, mi recuerdo y gratitud.

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